viernes, 28 de noviembre de 2008

Hola?

Hace tanto tiempo que no escribía algo!
Se siente lindo la verdad.
Voy a pasar más seguido.
Mañana, quizás.
O pasado.

lunes, 19 de mayo de 2008

De Spinetta para Mí.

"Lo que escribí no tiene mucha importancia en sí, es solamente captar un instante en el que el lenguaje no puede decir más que lo que dice"

viernes, 18 de abril de 2008

Un beso para todos los bancos.

Hoy a las 12 y media del mediodía salí de mi casa con la idea de tomarme el subte e ir a la facultad, como casi todos los dias.
Hubo algo que me distrajo en el camino y decidí desviarme un par de cuadras.
En este "par de cuadras" de desvío, me crucé con un linyera (o al menos una persona que tenía pinta de serlo. Es decir, excepto que fuera un actor o un farsante de primer nivel, juraría que era un linyera).
Este linyera llevaba puestas una camisa (abierta) y unas bermudas. No pude divisar si sus zapatos eran de Channel, de Praga, de Luis Vuitton o de Versace. No tenían ningún logo ni marca que yo conociera.
Igual no me importó mucho lo que tenía puesto. Lo que me llamó la atención fue lo que tenía en su mano. Un pantalon (bastante lindo y limpio, por cierto) de color blanco. Lo llevaba en el antebrazo.
El muchacho pasó por la puerta de un banco (creo que era un Río-Santander), lo miró, dijo unas palabras que no logré escuchar y lanzó su pantalón blanco al banco.
El pantalón cayó justo en frente de la puerta, haciendo que la gente que entraba y salía del banco tuviera que toparse obligatoriamente con ese elegante pantalón tirado en el suelo.
El muchacho siguió caminando, casi alegremente, por la calle que venía hasta que lo perdí de vista.
Me quedé mirando unos instantes la entrada del banco y nadie se dispuso a levantar ese pantalón, lo cual me dio más ganas aún de quedarme mirando.
Debo haber estado al menos dos minutos, o tres, y nunca nadie lo levantó.

Durante esos dos o tres minutos de espera no tuve nada mejor que hacer que ponerme a pensar.
"¿Por qué habrá tirado el tipo esos pantalones?...Debe ser una de las pocas cosas que tiene..."
Luego me imaginé lo que podría haber pensado el linyera antes de arrojar el pantalón.
Se me ocurrió lo siguiente:


"Uff...cómo levantó la temperatura! Estoy transpirando....
...Por suerte tengo la bermuda todavía...
...¿Qué carajo hago con éste pantalón? ¿Dónde lo meto?.....
...Es definitivamente de invierno...
...¿Cuánto falta para el invierno?....
...Debe faltar bastante, porque hace calor....
...Mucho calor....
...Creo que no lo voy a necesitar por un tiempo....
...Uy, un banco! ...
...¿Éstos son los tipos que te guardan las cosas?...
...Más vale que me lo devuelvan después. Vengo en unos días a buscarlo, muchachos, tengan."

sábado, 12 de abril de 2008

Especies de espacios.

"Vivir es pasar de un espacio a otro haciendo lo posible para no golpearse."

Georges Perec.

domingo, 6 de abril de 2008

Estoy sintetizado.

Se me rompió el mi bemol de la octava central del sintetizador.
Perdió sensibilidad.
Decidí, por consejo de mi tío, desarmarlo.
Agarré varios destornilladores de la caja de herramientas, puse el sintetizador en mi cama y empecé a desarmarlo.
Una vez que el instrumento estuvo bien desarmado (es decir, cuando ya no hubo tornillos por desatornillar) lo miré, me reí, no toqué nada y lo volví a atornillar.
Soy un técnico excelente!

domingo, 30 de marzo de 2008

Cuestion de uñas.

Hace relativamente poco descubrí que, entre tantas otras cosas, soy una persona ansiosa. Y una de las consecuencias que tiene este hecho es que suelo comerme las uñas.
De hecho, prácticamente no tengo uñas. Ni en los pies ni en las manos.
Las uñas de los pies no me las como porque no tengo buena elongación. Entonces utilizo el alicate.
Como últimamente estoy tratando de controlar ciertas cosas que antes solían ser incontrolables, hace cuatro o cinco días tomé la decisión de dejar de comerme las uñas.
Me parece que estoy madurando.

Punto y aparte.

Estoy cursando doscientas mil horas por día. Y ya no quiero ir más a la facultad me parece. El tiempo ahí adentro no pasa, no sucede. Es como una cápsula atemporal.
El viernes pasado entré creo que a las 13.30 hs.
Cuando salí, ese mismo día, tenía las uñas bastante más largas.

miércoles, 19 de marzo de 2008

Un viernes a las tres de la mañana.

Esta cancion la toco una y otra vez desde hace como dos años.
Es un tema que me gusta mucho y al cual cada vez le encuentro más significados. Es como si se fuera adaptando a mi vida mientras ésta transcurre. A pesar de que un amigo mío (íntimo, por cierto) me diga que es deprimente, yo no lo creo. En momentos de alegría la canto con mucha alegría. Y en momentos de tristeza la canto con mucha melancolía. Y en momentos de más o menos, la canto más o menos.
Nunca la toqué bien y nunca me preocupé porque sonara bien. La toco siempre en el piano y la grabé varias veces, siempre acá en casa. Tengo muchas versiones. Todas para piano y voz y, en alguna que otra, agrego algún viento, siempre MIDI. El piano prácticamente lo golpeo y no me importa que así sea. Si a alguien le molesta, que le pida a Claudio Arrau su versión de esta canción.
La mía que van a escuchar es del día de hoy. Y como todas las versiones que hago de este tema, es única en el día. "Toma uno", digamos. Sin correcciones ni mequetrefes ni surfunques.
De tanto tocarla, hay rearmonizaciones que me fueron saliendo y que me fueron gustando y que de vez en cuando las uso. Pero créanme que en el momento de tocarla sale lo que sale.
Paso a dejar la letra y la música. Esperemos sus oídos no se aturdan y que mis derechos legales no se vean afectados por publicar esta versión sin autorización.

No, la letra mejor no la publico. Escúchenla y ya. Mi castellano es bastante bueno todavía.
Ah, dos aclaraciones: 1) recomiendo escuchar con auriculares. 2) la grabación, en su totalidad, fue realizada bajo el importante efecto de un buen vino blanco.

lunes, 17 de marzo de 2008

Ñaca ñaca.

El miércoles pasado me junté con un amigo en casa. Nos juntamos con la idea de improvisar.
Ésta es una de las improvisaciones que hicimos. La idea era no pensar en nada, no tener nada prefijado, y ver qué surgía.
El muchacho dijo (sólo Dios sabrá por qué) "ñaca ñaca" justo después de que yo le dijera "estamos grabando". Y partimos de esa base.
Su nombre es Darío Bercovich y toca vientos. En éste caso, un clarinete.
Salió ésto:



jueves, 13 de marzo de 2008

Memoria que me condena.

Iba a escribir sobre algo. Sobre una situación. Tenía varias cosas pensadas.
Y me olvidé.
Me olvidé de lo que iba a escribir.
Y me da mucha bronca no poder recordarlo. Debo haber estado al menos diez minutos pensando en qué carajo iba a escribir. Pero no pude acordarme. No pude.
Es increíble que mi computadora por menos de doscientos pesos duplique su capacidad de memoria.

miércoles, 12 de marzo de 2008

Messengereada 1.

Hay veces que en algunas conversaciones por Messenger surgen frases que me gustan. Sean dichas por mí o por la otra persona. Decidí empezar a subirlas acá
Hoy va la número 1.


lucasfridman@gmail.com dice:
por ahi tengo miedo de cerrar puertas nomas. tengo miedo de agarrarme el dedo cerrando puertas?

Chiste.


Recorté un chiste del diario (en realidad son dos chistes) porque me pareció muy bueno. Es del domingo 2 de marzo del corriente. En esa época (me animo a hablar de "época") yo estaba en otro lado distinto a Buenos Aires, con otro aire distinto y con un mar en frente del departamento. Ahora, en frente de mi departamento pasa el 80.


Relojito.

Cuando uno mira un reloj detenidamente suceden las siguientes cosas:

1) Uno puede prevenir exactamente lo que va a pasar.

La aguja se mueve periódicamente, con una velocidad constante y, lo que es aún más genial, va siempre para el mismo lado. Es decir que a uno nunca lo agarra desprevenido. Uno sabe que la aguja va a seguir girando siempre en el sentido de las agujas del reloj.

2) Uno se serena.

Quizás sea por esta sensación de constancia que mencioné anteriormente. Es como si fuera una hamaca. Que se mueve solamente sesenta veces por minuto. La velocidad justa y necesaria como para quedarse dormido. Hasta se puede hacer el ejercicio de hacer respiraciones múltiplo del segundo y, casi sin querer, el corazón llegará a latir tambien una cantidad de veces múltiplo.

3) Uno se abstrae.

Es casi como hacer ejercicios de técnica en cualquier instrumento.
Tuve un profesor de guitarra durante el 2006 que una vez me dijo lo siguiente: "Hacer ejercicios de técnica es algo que te serena mucho. Hasta te lo recomiendo como terapia. Yo hago entre media hora y cuarenta minutos por día. Te relaja. Uno no tiene que pensar en absolutamente nada. Los dedos se mueven solos una vez que entendiste el ejercicio, y la mente se libera. Después es simplemente una cuestión de acelerar el metrónomo de vez en cuando, y listo."
Bueno, lo genial del reloj es que uno no tiene que mover ni siquiera un dedo. El cuerpo está estático y la mente tambien. Y lo mejor de todo es que ni siquiera hay que acelerar el metrónomo de vez en cuando. Es más, ni siquiera se puede acelerar el metrónomo.

4) Uno puede mirarlo todo el tiempo que quiera.

Siempre y cuando no consuma mucha pila y siempre y cuando la pila que tenga puesta esté cargada, es muy probable que uno abandone al reloj antes del que el reloj lo abandone a uno.
El tipo va a estar ahi, siempre dando vueltas. Para que alguien lo vea girar. Si nadie lo ve, no le importa, el tipo sigue. Y si de repente a uno le dan ganas de verlo girar durante un rato largo, el tipo va a seguir y seguir.

5) Uno no pierde la noción del tiempo.

Cada segundo que pasa, uno lo ve pasar. Es decir que uno no se pierde nada de lo que sucede. Eso de "qué rápido que pasó el tiempo!" no existe. Eso de la relatividad del tiempo que inventó Einstein, es relativo.
Esta teoría podría ser llamada "La relatividad de la teoría de la relatividad".
Lo que quiero decir es que el tiempo es relativamente relativo. Y al ser relativamente relativo también es recursivo. Por eso no es casualidad que los relojes sean circulares.
Podría explicar esto con muchas ganas, pero no las tengo me parece. Creo que con un mínimo de esfuerzo se puede llegar a entender lo que dije.

martes, 11 de marzo de 2008

Todos gritan.

Hoy fui a la facultad, como casi todos los días. A pesar de que arranqué las clases ayer, me atrevo a decir "como casi todos los días" por el simple hecho de que me espera un año bastante duro, básicamente porque tengo que ir a cursar casi todos los días.

En el trayecto de casa a la facultad, escuché varias cosas curiosas. Todas bastante bastante gritadas.

Uno: en el colectivo

Como en casi cualquier colectivo que vaga por la ciudad a las dos de la tarde, la situación era tranquila; "apacible", digamos. Yo miraba por la ventana, creo. Pensando en nada y en todo a la vez (creo que ésa es la forma en que estuvo funcionando mi cerebro últimamente). Hasta que...
RIIIIIINGGG!!!!!!!!!!
(Y de ahora en adelante, todo va bien gritadito. Creo que si alguna de las personas que estaba sentada en el colectivo no escuchó esta conversación, es porque estaba sorda. Me atrevo a decir que ni un IPod podría competir con semejante volumen.)

- Hola!?

- ...

- No! Quién habla?

- ...

- Pero no te ubico! De dónde?

- ...

- Ah!!! Qué hacés, Javier?!

- ...

- Bien, ché, todo bien. Disculpáme que no te reconocí.

- ...

- Sí, sí, todo en orden por suerte. El proyecto viene bárbaro!

- ...

- Eh!?

- ...

- Sí, sí, mañana a las dos. No te preocupes. Un abrazo, ché, cuidate.

Gracias a Dios, cortó el teléfono.
Entre uno y dos estuve en el subte. Línea "D". No escuché gritos porque creo que venía escuchando música a un volumen bastante alto, como para combatir al jodido ruido de los rieles chillando.

Dos: En la calle, sobre Av. Belgrano (llegando a Moreau de Justo), esperando para cruzar

(Obvia y lamentablemente, ésto va gritado también)

- Pero qué Horacio ni qué Horacio!!??!! El boludo éste tiene que frenar! La luz está en blanco, María. En blanco!!!

María no dijo ni media palabra.

Tres: Ya en Puerto Madero, casi llegando al edificio de la honorabilísima facultad de música.

Ésta fue la performance más gritada de todas, la que me hizo acordar de las dos anteriores y la que me motivó a escribir ésta cosa que estoy escribiendo.

- Yo tengo una vida, Viviana! Una vida! No se puede jugar con eso! Mi dinero, mis hijos, mi mujer!

El muchacho caminaba verdaderamente rápido, y justo en sentido contrario al mío. No pude escuchar nada más.

Cuestión de tiempo.

Lucas: - Che, qué carajo pasa que no pasa el tiempo? Faltan como dos mil horas!

Guille: - Veinte minutos...

Lucas: - Bueno, no sé, es lo mismo.

En el supermercado.

Aníbal: - Uuuy!!! Disculpe!!! Perdón! Perdón! No la ví, no la ví!

Martha (mirando a su hija): - Ay! La puta madre! Este hijo de puta me rompió el talón!

Florencia (hija de Martha): - Qué pasó?! Estás bien?

Aníbal: - Disculpe, señora, por favor. Iba avanzando con el changuito mientras miraba la góndola. No me di cuenta de que usted estaba adelante...

Martha (ahora mirando su talón): - Pero la santísima puta! Cómo duele esta mierda!

Aníbal: - Señora, perdón! No sé qué decirle...está bien?

Martha: - Sí, no se preocupe, ya está. Deje.

Aníbal: - Perdón, en serio. No quise lastimarla.

Martha: - Ya está, hombre, no se preocupe. Ya está.

Aníbal: - Bueno, perdón.

Aníbal dobla a la izquierda y se dirige hacia la góndola de las golosinas.

Martha: - Será posible? Una vez que decido ponerme estas sandalias de mierda, viene un boludo y me rompe el talón. Mañana vuelvo a usar las botas.

Florencia: - Por ahí simplemente es cuestión de que no traigas las sandalias al supermercado.

Martha: - También, puede ser.

Silencio.

Martha: - Qué queda?

Florencia (mirando la lista): - Galletitas, leche, yogur, levadura, lechuga.

Martha: - Bueno, vamos.


Martha y Florencia se dirigen hacia la góndola de los lácteos.
Mientras tanto, en la sección de carnes...

Jacinto: - Señor, disculpe. Usted probó esta marca?

Ariel: - Sí, compro siempre. Salen bárbaros.

Jacinto: - Y cómo los prepara?

Ariel: - Depende. Cuando no tengo mucho tiempo, al horno. Y sino a la parrilla salen...ufff....no sabe cómo salen! Para chuparse los dedos! Con salcita criolla...Mmmm! Una locura, una locura.

Jacinto: - Los voy a tener que llevar entonces...La marca que yo compro no está.

Ariel: - No se preocupe. Esta marca es buena. A pesar de que sea barata.

Jacinto: - Sí, igual barata barata no es...

Ariel: - Veinte porciento!

Jacinto: - Qué?

Ariel: - Veinte porciento aproximadamente subieron las cosas! A usted le parece? Uno viene, compra tres o cuatro pelotudeces, y se le van del bolsillo doscientos pesos. Como si nada. Encima mi mujer compra esos yogures de mierda marca "Ser", o no se qué carajo, que salen como dos pesos cada uno. Sabe cuantos compra a la semana? Diez! Diez yogures a la semana! A usted le parece? Ochenta pesos al mes gasto en yogures! Ochenta!! Dígame una cosa. Si al menos fueran ochenta pesos bien invertidos vale la pena, no? Pero mi mujer sigue gorda como un chancho. Hago estos chorizos con salcita criolla y se come cuatro al hilo. Después anda que el yogurcito esto, que el yogurcito lo otro....Que se deje de joder, viejo. Ochenta pesos! Ochenta pesos!!!

Jacinto: - Eh...sí...es caro...

Ariel: - Y claro que sí, hombre!

(Silencio. Jacinto aprovecha para alejarse unos pasos, haciéndose el que mira las tiras de asado. Vano intento.)

Ariel: - Ah! Y tengo otra para contarle! Cuánto está la lata de atún?

Jacinto: - Eh?

Ariel: - Sí, cuánto está la lata de atún?

Jacinto: - Este...no sé...Quiere que me fije?

Ariel: - Seis pesos con cuarenta! Seis con cuarenta! A usted le parece? Tuve que decirle a mi mujer que se deje de joder con eso del atún. Ayer justo estaba pensando. Mi mujer tiene que agarrar los diez yogures, abrirlos todos, meterlos en una ensaladera, tirar las tres latas de atún adentro, tirar todas las verduras que quiera, y comerse todo. Todo! Hasta que explote y se asquée de esas mierdas que come ella. Que la verdurita esto, que la verdurita aquello...Me tiene podrido. Podrido! Otra cosa que puede hacer es meter la cabeza bien adentro de la ensaladera y...

Jacinto (interrumpiéndolo): - ...tengo que ir a buscar algo de verdura, hablando de eso...hasta luego.


(Jacinto se aleja con rapidez.)



Catalina: - Disculpe, señora. No vió los yogures "Ser"?

Martha: - No, desde la semana pasada que no los encuentro en este supermercado. Pero me llevé éstos que son ricos.

Catalina: - Y son light?

Martha: - Si son qué?

Catalina: - Light.

Martha: - Ah, no, no sé. A ver...Sí, parece que sí. (a Florencia) Son light?

Florencia: - Sí, esos son light.

Catalina: - Ah! Bueno, bárbaro entonces! Los voy a probar. Me voy a llevar siete. No, mejor diez. Diez está bien.


CONTINUARÁ CUANDO ME DEN GANAS DE SEGUIR ESCRIBIENDO.

sábado, 8 de marzo de 2008

Bastante feo.

"Qué feo que es darse cuenta de que todo el estudio es en vano. A los veintiún años, todavía no sé leer"

Sobre todo.

"Cada vez estoy más convencido de que el caos es el orden del universo."

viernes, 29 de febrero de 2008

Sobre música.

"A la música hay que faltarle el respeto."

viernes, 22 de febrero de 2008

Yo quiero.

Yo quiero un montón de cosas más de las que ya tengo.

Quiero unos buenos auriculares. Pero buenos en serio.

Quiero tener muchos más discos. Me gustaría tener alguno más de The Police, o de U2, o de Madonna, de Brahms o de los Chili Peppers.

Quiero tener un bajo que sea buenísimo. De cinco o seis cuerdas. Puede ser fretless o no.

Quiero tener unos monitores para mi compu que me permitan escuchar mucho mejor de lo que escucho ahora.

Quiero tener una consola.

Quiero un afinador. Desde hace 2 años que me manejo por el mundo sin afinador.

Quiero que mi computadora tenga más memoria, para poder bajarme y guardar todas las series que quiera.

Quiero que mi bici tenga luces y una bocina, porque tengo miedo de morirme estrolado contra un auto.

Quiero comprarme pedales para el bajo. Un ecualizador, un overdrive y un chorus. Quizás un delay.

Quiero tener cables. Ya tengo muchos, pero ninguno me anda bien. Quiero buenos cables, que no se rompan cada cuatro o cinco ensayos.

Quiero irme de viaje.

Quiero despejar un poco la cabeza.

Quiero dejar de estudiar.

Quiero a ella.

Quiero estar tranquilo y parar un poco con las ansiedades.

Quiero poder dormir. Acostarme hoy y levantarme dentro de dos o tres dias, quizás.

Quiero dejar de querer tantas cosas.

Quiero dejar de tener tantas cosas.

lunes, 28 de enero de 2008

San Salvador.

Al separarme de la grata y casual compañía patricia, con la mochila nuevamente al hombro, caminé hacia el casco histórico de la ciudad. No estaba muy lejos y las indicaciones del oficial fueron tan precisas que la plaza central me encontró rápidamente. Quizás por lo poco que había dormido la noche anterior, o por el paupérrimo estado físico que me acompañaba, decidí sentarme en uno de los bancos que la plaza me ofrecía.
No tenía hambre, pero el aburrimiento y el "nosaberquéhacer" me hicieron abrir una lata de atún que llevaba en la mochila. La travesía comenzó cuando el cortaplumas demostró la diferencia de presión entre Buenos Aires y Jujuy. Bastó con un sólo pinchazo para que la máxima cantidad posible de aceite se esparciera por mis pantalones, para luego continuar por las manos y, finalmente, luego de muchas maniobras, llegara a un pañuelo descartable que solucionó un poco el panorama.
Tardé aproximadamente un día, o día y medio, en abrir la lata de atún. Una vez abierta le saqué el poco aceite que quedaba (presionando con"fuerza" la solapa de metal sobre el atún contenido) y miré con cierta sorpresa a mi alrededor; había salido del pequeño y estresante mundo del atún para volver a ver una plaza con mucha gente que circulaba. "No tengo ni siquiera un tenedor", pensé. Comer el atún con una navaja es moco de pavo comparado con la apertura de una lata La Campagnola a fuerza de cortaplumas malinventada.
Sin haberlo disfrutado en lo más mínimo, terminé de comer y tiré el enchastre en el tacho más cercano. Otro pañuelo descartable de por medio y con la mochila nuevamente al hombro, seguí caminando alrededor de la plaza. Pasé por la puerta de varios edificios importantes pero no les brindé ni la más mínima atención. Cualquier testigo habría pensado que estaba apurado, pero las únicas verdades en ese momento eran que me estaba meando y que faltaban aproximadamente seis horas para que el micro me sacara de esa ciudad de paso.
Un edificio me llamó la atención. No sé qué peculiaridad tienen las iglesias, pero captan mi atención de forma incongruente y siempre termino entrando. Quizás sea el silencio que me espera adentro; realmente no lo sé. Entré en la Catedral y la paz era la que esperaba. Aproveché para descolgarme la mochila y sentarme.
Las Catedrales son inmensas, o al menos ésa es la impresión que dan. Me estaba meando bastante, pero me sentía tan tranquilo, de repente, que no me importó; me quedé sentado mirando la nada y escuchando el todo, que no era casi nada: apenas algún sonido. Algún susurro de alguien, algún asiento de madera que crujía, algún que otro pie sobre piso de mármol...
Seguí sin desviar la vista de la nada hasta que ella me sacó del trance. Era jujeña, sin duda alguna (salvo que fuera salteña, boliviana o peruana), debía tener alrededor de cuarenta y tantos años y su figura era decadente. Si no pesaba noventa kilos era porque pesaba cien, y su ropa gastada pero funcional no la beneficiaba en lo más mínimo.
Comenzó usando casi ocho litros de agua bendita para persignarse una y cien veces. Lo primero que se me ocurrió, y no es broma, es que le iba a pedir a Diocito que le sacara un par de kilos de encima. Pero acto seguido se dirigió a un pesebre, y volvió a persignarse. Luego pasó por otra "estatua" religiosa, la tocó y se persignó nuevamente. ¡¿Iba a hacer eso con absolutamente todas las figuras religiosas que había en la Catedral?! Sí. Y yo la seguí con la vista, porque cada nueva "persignación" me parecía insostenible.
Esta mujer evidentemente necesitaba que Dios le sacara un peso de encima. Pero no exactamente de grasa. Había algo que la perturbaba, que no la dejaba vivir tranquila y que hacía de su estadía en la iglesia una rutina gimnástica casi obsesiva.
No toleré ver su rutina completa y antes de que terminara de dar la vuelta entera a todos los santos y estatuas y loquefuere, tuve que irme de la Catedral. Esta vez me produjo cierta paz el hecho de salir a la plaza y encontrarme con el ruido nuevamente.
A cien metros, entré en un museo que había pispeado minutos antes de haberme adentrado en la aventura atunera. Me había gustado no por los grabados sino por el bar que tenía en el primer piso. Me senté en una mesa (cada vez que me sacaba la mochila de los hombros mi cuerpo agradecía enormemente mi actitud), pedí un capuccino con dos medialunas y acto seguido me dirigí hacia el baño. Mientras mi vejiga se desinflaba volví a pensar en la jujeña. Tiré la cadena y me lavé las manos y la cara.
Al volver a la mesa saqué de mi mochila un libro y comencé a leer algunas páginas hasta que llegó el café. Largué el libro (mucha atención no le estaba prestando) volviendo el señalador hacia atrás, como sugiriendo que las páginas que acababa de leer no las había leido realmente. Tomé el café y comí las medialunas con toda la pasión y organización que no había utilizado al comer el atún.
Cuando hube terminado, no supe qué hacer. Tal es así que lo único que hice fue pasarme a una mesa junto a una ventana que daba a la Casa de Gobierno. Hice un par de boludeces como leer un folleto, interpretar un mapa de la ciudad, cortarme las uñas de la mano izquierda y ordenar mi bolsito de tocador. Ordenando un poco encontré unas hojas pentagramadas y un lápiz; "por ahí pueda escribir algo, como para pasar el rato".
Ahora faltan nada más que dos horas y media para que el micro me saque de esta ciudad de paso.