jueves, 24 de noviembre de 2011

Música y magia

"El misterio es lo más hermoso que nos es dado sentir. Es la sensación fundamental, la cuna del arte y de la ciencia verdaderos. Quien no la conoce, quien no puede asombrarse ni maravillarse, está muerto. Sus ojos se han extinguido"

Albert Einstein: Mi visión del mundo


Recuerdo cuando empecé a escuchar música. Yo era chiquito, muy chiquito.


Las canciones tenían un poder sobre mí. Un poder intenso, grandioso. Un poder que me trasladaba a lugares que ni yo mismo entendía, lugares que no existían en el mundo real, lugares que ni yo mismo podía elegir.

Una montaña rusa. Sensaciones que únicamente se volvían a producir si mi mamá tocaba ese botón llamado PLAY una vez más.

PLAY.

Ahí estaban de nuevo: sensaciones indescriptibles, voces e instrumentos que automáticamente se apoderaban de mí. Paisajes sonoros. Cristalinos, a flor de piel.

¡Cuántos momentos distintos había dentro de una misma canción! Partes que yo hubiese preferido se repitieran infinitamente; partes que hubiese preferido nunca existieran...

La música era magia. Cristalina. Sorpresa tras sorpresa. La canción podía ser la misma una y otra vez. Pero mientras yo no pudiera descubrir el truco, mis sentidos serían engañados eternamente.

Porque la música era magia.

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Recuerdo cuando empecé a escuchar música por segunda vez. Ya no era tan chiquito.

Un cassette de Serú Girán dejó de dar vueltas por los rincones del auto y terminó en mis manos; un CD de los Beatles pasó de ser una incógnita a ser una de mis compañías más preciadas.

Las sensaciones de mi primera infancia ahora se potenciaban. Cada vez existían más paisajes, más colores… las sensaciones tenían más profundidad. Los abismos eran más pronunciados porque las músicas eran más. Y con ellas, más trucos, más magia.

Me transformé en una especie de cronista que tenía acceso a gran cantidad de shows de magia, un cronista que recorría el mundo dispuesto a que los magos lo asombraran. Y ellos, con total grandeza, marcaban con un sablazo la palabra “sorpresa” en mi frente.

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Recuerdo cuando empecé a hacer música.


Primero fue un acorde de La Mayor que implicaba tres dedos torpes sobre un mástil de guitarra. Después fue uno de Mi Mayor. Luego, un acorde de Re Mayor y con éste, todas las posibilidades de combinación entre ellos, con distintos ritmos, distintas energías, distintas interpretaciones.

Cada nuevo acorde prometía un mundo de exploraciones. Las combinaciones entre acorde y acorde eran cada vez mayores.

Estaba aprendiendo mis primeros trucos.

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Recuerdo cuando seguí haciendo música. Ya era un adolescente.

Las posibilidades de combinación eran cada vez mayores, y las canciones que en mi infancia me gustaban, ahora las estaba tocando yo mismo. ¡Estaba haciendo magia!

No entendía cómo funcionaban los trucos, ni por qué. Pero de lo que estaba seguro era de que yo mismo estaba produciendo eso. Eso que antes únicamente podía escuchar.


Corrían entonces tiempos en que la sorpresa era doble: no hay mayor felicidad que poder reproducir aquello que a uno lo sorprende, y sorprenderse de que uno puede hacerlo.

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Recuerdo cuando empecé a estudiar música. Ya no era tan adolescente.


En el período romántico la música era considerada el arte más elevado, por su alto nivel de abstracción. Decía Mendelssohn que los pensamientos expresados por la buena música no son tan vagos como para que no puedan decirse con palabras, sino que son demasiado definidos para poderlos verbalizar.

¿Hay algo de esotérico en la música? El músico se relaciona con los sonidos como un alquimista con sus elementos. Se transforman. Los sonidos se manipulan, y esta manipulación está presente tanto Wagner como en Mozart, tanto en Bach como en la música electroacústica.

La técnica y el estudio hicieron posible que aprendiera y entendiera el funcionamiento de muchísimos trucos.

Me estaba transformando en un mago profesional.

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Recuerdo cuando empecé a vivir de la música. Ya era un adulto.

Me empezaron a encargar la invención de trucos de magia. Me la pasaba día a día haciendo eso. Y sólo me sorprendía cuando el espectador se sorprendía con mis trucos.

Empecé a vivir del deleite de los demás.

Hoy soy músico, y recuerdo con nostalgia las sensaciones que me producía la música. Recuerdo con nostalgia cuando la música se parecía a la magia. O cuando yo podía ser un simple e ingenuo espectador.

Cada vez me cuesta más encontrar buenos trucos y buenos magos, pero cuando los encuentro, logran que automáticamente me transforme en un nene. Y me hacen acordar a cuando empecé a escuchar música. Yo era chiquito, muy chiquito.

Las canciones tenían un poder sobre mí. Un poder intenso, grandioso. Un poder que me trasladaba a lugares que ni yo mismo entendía, lugares que no existían en el mundo real, lugares que ni yo mismo podía elegir.

Una montaña rusa. Sensaciones que únicamente se volvían a producir si mi mamá tocaba ese botón llamado PLAY una vez más.

PLAY.

(El músico empieza a tocar)

Noviembre, 2011.