-Marcos, si te
olvidaste los tomates te juro que te mato.
-No me olvidé,
Ana. Pasé por el supermercado y los compré. Cuando estaba saliendo, me sonó el
teléfono. ¿Sabés quién era? Aníbal ¡Aníbal Goranski! Me llamaba porque justo pasaba
por la puerta de casa y se acordó de mí. De nosotros.
Quería saber si seguíamos viviendo acá. Bueno… y si seguíamos en pareja. Le dije que sí, pero que en ese momento no estaba en casa. No le quise decir que vos sí porque no sabía si tenías ganas de verlo. Entonces me preguntó por dónde andaba.
Quería saber si seguíamos viviendo acá. Bueno… y si seguíamos en pareja. Le dije que sí, pero que en ese momento no estaba en casa. No le quise decir que vos sí porque no sabía si tenías ganas de verlo. Entonces me preguntó por dónde andaba.
Le dije que
saliendo del supermercado, a siete cuadras de casa. Me pasó a buscar con su
auto, Ana, no sabés el auto que tiene. Parece una nave espacial. Pero no una
nave espacial de ahora, sino una nave espacial del año 2052, increíble. Nos
deslizamos sobre el asfalto…y el sonido… hermético como nada, Ana, no escuchás ni
un ruido de la calle. Creéme que si te chocan, el choque no lo escuchás.
Bueno, cuestión que me fui con Aníbal a tomar algo al bar de Humboldt y Cabrera.
Bueno, cuestión que me fui con Aníbal a tomar algo al bar de Humboldt y Cabrera.
Tomamos unos
tragos y los minutos pasaban. Tuve la mala idea de apoyar la bolsa de tomates
sobre la mesa. Mientras charlábamos él se encargó de ir sacándolos de a uno de
la bolsa. De vez en cuando los acariciaba, los hacía girar sobre la mesa, me
los pasaba haciéndolos rodar…
Me dijo que
esos tomates se veían muy bien. Los olió. Me contó que durante 20 años tuvo un
campo con su mujer, Julia, cerca de Chávez. Y que plantaban tomates, entre
otras cosas. Parece que se llenaron de plata con eso…con los tomates, digo. Y
me dijo también que el aroma del tomate lo tenía muy internalizado, impregnado
en su propia piel. Era el aroma que tenían Julia y él en común.
Se fue
poniendo nostálgico, Ana. De repente se largó a llorar y me contó que extraña
el campo, que desde hace unos meses está viviendo en la ciudad y no le gusta
nada. Se compró el auto porque le sobraba la guita y ni siquiera eso lo hace
sentir bien. Se la pasa llenando el tiempo con boludeces, Ana, ve todos los
estrenos de la semana en el cine…
Imagináte, yo
no entendía nada. Éste tipo se volvió loco, pensé. Finalmente, entre lágrimas, me
contó que Julia lo dejó hace 5 meses por otro tipo. Un gaucho. De Chávez.
Cuando terminó
de hablar, se quedó oliendo los tomates…una cosa increíble. Yo no sabía qué
decirle, Ana. Me preguntó algunas cosas sobre mi vida, pero se notó que no le
interesaban. Sólo necesitaba hacer catarsis. Y ya la había hecho.
Nos
despedimos. Y cuando nos separamos del último abrazo, me preguntó si podía
llevarse los tomates.
No pude hacer
otra cosa, Ana. Le tuve que decir que sí.