Ahora es el momento de recordar que, en el dominio que nos corresponde, si bien es cierto que somos "intelectuales", nuestra misión no es la de pensar, sino la de obrar.
El filósofo Jacques Maritain nos recuerda que en la poderosa estructura de la civilización medieval el artista tenía solamente la categoría de artesano, "y toda clase de desenvolvimiento anárquico estaba impedido a su individualismo, porque semejante disciplina social le imponía, tácitamente, ciertas condiciones restrictivas". Es el Renacimiento el que inventó al artista, lo distinguió del artesano y lo comenzó a exaltar a expensas de este último.
En los comienzos, el nombre de artista se daba solamente a los "maestros en artes": filósofos, alquimistas, magos. Los pintores, escultores, músicos y poetas no tenían derecho más que a la calidad de artesanos.
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Tenemos un deber para con la música, y es el de "inventar". Recuerdo que en una oportunidad, durante la guerra, al pasar la frontera francesa, un gendarme me preguntó cuál era mi profesión. Yo le respondí con toda naturalidad que era inventor de música. El gendarme verificó entonces mi pasaporte y me preguntó por qué estaba yo allí designado como compositor. Le respondí que la expresión "inventor de música" me parecía cuadrar mejor al oficio que ejerzo que aquel que se me atribuye en los documentos que me autorizan a pasar las fronteras.
La invención supone imaginación, pero no debe ser confundida con ella, porque el hecho de inventar implica la necesidad de un descubrimiento y de una realización. Lo que imaginamos, en cambio, no debe tomar obligatoriamente una forma concreta y puede quedarse en su estado virtual, mientras que la invención es conconcebible fuera del ajuste de su realización en una obra.
Igor Stravinsky: Poética musical
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