67 pulsaciones por minuto.
Le
llevó muchos años recordar que 67 era el número exacto de golpes por minuto que
daba el corazón de su madre cuando él tenía 2 o 3 años.
Fue
un instante.
Un
destello.
Una
ráfaga imparable de imágenes que con fuerza penetraron su cerebro, dejando entrar
a la velocidad de la luz momentos del pasado.
Funes
el memorioso, pensó, mientras una sonrisa se dibujaba en su cara.
Con
ese destello, el entendimiento de que toda su vida
había estado regida por una única búsqueda.
Su madre había muerto cuando él tenía 13 años.
No solo recordó La
Muerte , sino también las siestas que en su infancia había
dormido sobre su pecho. Una tras otra. Cada una de las siestas se hizo
presente.
Hoy jura que recuerda todos los sueños que tuvo.
Sus primeros recuerdos son de esas siestas. Una sensación de acogimiento
y tranquilidad que no volverá a tener jamás.
El
entendimiento de que toda su vida había estado
regida por una única búsqueda, decía.
Esa búsqueda era una mujer. Una mujer que pudiera ofrecerle
un pecho para apoyar su cabeza. Un pecho en el que resonaran 67 golpes por
minuto; 67 golpes periódicos de acogimiento y tranquilidad.
Un instante.
Después de un día agotador y varios años sin compartir
momentos de intimidad, apoyó su cabeza sobre el tórax de su mujer.
Un destello.
59 pulsaciones por minuto.
Esa mujer, simplemente, había envejecido.
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