domingo, 8 de enero de 2012

La suerte está echada


Me considero, al menos, un decente jugador de cartas. No quiero presumir y decir que juego muy bien porque pretendo cuidar las formas. Pero lo cierto es que suelo ser bastante hábil. 
Imaginen un jugador que supera la media y que siempre es un contrincante difícil, desafiante. Ese soy yo.

Pero desde que empezó este año, no gané ni un partido. De nada. Perdí partidos de truco, perdí partidos de burako, perdí una cantidad de dinero considerable en el casino (siempre jugando a las cartas)… Y, después de perder tanto, empecé a perder la actitud y la esperanza. 
Empecé a olvidar cómo era ganar.

Ahora arranco los partidos sabiendo que voy a perder. Juego por jugar, nomás. Juego y pienso en el azar, en La música del azar (¿es casual que justo en este momento de mi vida esté leyendo ese libro?), pienso en la energía, pienso en Dios, pienso en cuánto tiempo más girará hacia abajo la rueda de Ignatius Reilly (que ahora es mía…). Y también, mientras juego, me toca pensar cosas como “yo creí que la peor carta que me podía tocar en este momento era un 6 de diamantes, pero no, claramente era esta jota de mierda”.

Una imagen vale más que mil palabras. Me reparten cartas jugando al burako y me salen cosas como ésta:  



O no soy un decente jugador como me gusta creer, o estoy teniendo mucha mala suerte.

Prefiero seguir pensando que las cartas son lo mío y que la suerte está echada.
La eché yo, no sé cuándo. Y lo hice sin darme cuenta. Ella agarró sus cosas, se fue sin saludar, sin decir a dónde iba y se mandó a mudar…

La sigo esperando.

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